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Spa-no-ir

Me desconciertan los spas. Por sus cosas buenas y malas. Por un lado, su gran capacidad democratizadora. Ni el comunista más radical pensó nunca en un “todos iguales” semejante. Menos mal que Lenin nunca fue a un spa. Los rusos hubiesen tenido que andar por Moscú a -40º y en toalla.

El universo de vapor hace tabla rasa. Nos convierte en especímenes con cabeza de espermatozoide y cuerpo de albornoz. Y no solo eso. No contenta con haber sido despojada de todo, encima la gente ¡se descojona! No, si al final Cocoon va a ser una comedia…

Una de las derivaciones más chungas es la fusión Spa-Viaje de trabajo. No falla. Siempre se acaba oyendo el inevitable “qué prontito hemos terminado hoy… ¿vamos al spa?”. A ver, vamos por partes. Si quisiera ir al spa contigo, ¿no crees que ya te lo habría dicho yo? Nos vemos a diario desde hace cinco años. Digo yo que si me apeteciera ir al cine, al parque o al dentista contigo, algo te habría insinuado en alguno de los 1.300 días de mierda que pasamos en la oficina. Las evasivas no funcionan. Todos al spa. Si hubiese que revisar un power point, la mitad tendría que llamar a su familia y la otra, que revisar temas pendientes. Pero para ir al spa… se apunta todo Dios.

El que más o el que menos, a trabajar procura ir decente. Pero en el spa, como la secta de la toalla, la cosa cambia. La chica de contabilidad pasa de resultona a “resultó-ná, pero ná, de ná”. Por no hablar del de administración, que se ha quitado las gafas y se ha puesto un gorro para parecer un teleñeco.

La mejor manera de acabar con las polémicas sobre el cambio climático es meter a los escépticos en un jacuzzi con cinco compañeros de trabajo. No es que se fundan los casquetes polares ¡Es que los continentes se están hundiendo! Si no hay manera de que dejen el coche, convénceles para que se pongan a dieta…

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